“Remesas: Flujos simbólicos /
movilidades de capital. 13 artistas peruanos en el exterior”, una exposición
ideada por el crítico Rodrigo Quijano, suscita reflexiones que exceden
largamente sus propósitos curatoriales. Las líneas que siguen abordan aleatoria
y brevemente algunas de las ideas surgidas durante la visita a la sala de la Fundación Telefónica.
Por tratarse en cierta manera de una exhibición “modélica” en su género, al
referirnos a ella estaremos hablando también de aquellas muestras similares
realizadas en Lima en tiempos recientes.
1. El
viaje europeo que los artistas peruanos de fines del XIX se vieron forzados a
hacer como única vía para constituirse en «Artistas», adopta para los jóvenes
de hoy la forma de un periplo a la deriva que, además de la experiencia
cosmopolita, los devuelve al punto de partida con la desazón de comprobar que
existen cientos de miles de individuos que, como ellos al principio, buscan lo
que es cada día más difícil de alcanzar: la originalidad absoluta.
(Este paradigma permaneció más
o menos intacto hasta la década de 1960 cuando los artistas peruanos Tilsa
Tsuchiya y Gerardo Chávez, entre otros, llegan a Europa para completar su
formación alcanzando, en el caso de Chávez, a exhibir, vender y ver su pintura
colgada en alguno de sus museos. Ahora no se trata de estar en el exterior –si
es que es posible no estarlo en la actualidad debido a la consabida globalización–
sino de la posibilidad que tiene toda obra innovadora de convertirse en
centro).
2. La
formación artística ha demostrado que debería dejar de concebirse –al menos en
el Perú– como una carrera profesional, en tanto nada garantiza que el egresado de
una escuela superior de arte pueda vivir de aquello que aprendió. Estudiar
artes plásticas empieza a convertirse en una sofisticación intelectual. Como el
estudio del sánscrito.
(Los docentes de nuestros centros de educación artística
superior, antes que enseñar a vivir de un oficio que se supone dominan e
imparten, incitan a sus alumnos a exponer piezas más o menos parecidas –cuando
no idénticas– a las que vieron en directo o a través de catálogos y revistas
internacionales. Estos docentes, sin embargo –y ante la carencia de un mercado
local que les permita subsistir– no exponen y se anquilosan en una docencia que
no solo los aleja de exponer –es decir, de estar intelectualmente vivos– sino
que los conmina a enseñar a que otros expongan).
3. Los
artistas jóvenes saben que, excepto un gran golpe de suerte respaldado por
mucho trabajo –como sucedió con Fernando Bryce o Sandra Gamarra, por ejemplo–
no van a vivir de la comercialización de sus obras. Las galerías audaces y con
recursos suficientes para respaldar sus audacias son realmente escasas. Y en el
Perú, ni qué decirlo.
(El artista sabe que no le queda otro camino que ser un amateur y la conciencia de esto marca a
fuego todas sus acciones futuras. De esto se libran solamente aquellos que
tienen parientes que adquieren lo que exhiben).
Nadie puede
estar totalmente seguro de que lo que ha visto en una exposición no haya sido presentado
antes por otro artista en cualquier otro recinto expositivo del mundo.
4. El
artista joven sabe que el público para el cual trabaja no es realmente el
«público», sino el puñado de críticos, curadores y artistas que configuran
nuestra precaria escena cultural. Ante la carencia de un mercado real, estos
“iniciados” constituyen la única posibilidad con la que el artista joven cuenta
para dinamizar su trabajo. Y esta relación que privilegia al artista en
realidad lo marginaliza al descontextualizarlo. Por eso el «arte actual» se ha
convertido en un divertimento diseñado por catedráticos y, como tal, parece
abocado a ilustrar conceptos vigentes que provienen de la antropología, la
psicología, la ecología, etc. Por eso las exposiciones de «arte joven» se
suelen evaluar más por las mesas redondas o coloquios convocados en torno a
ellas antes que por las obras mismas.
(«Remesas» es, hay que decirlo, una exposición pensada
casi exclusivamente para “iniciados” –críticos, curadores y artistas– en la que
se hace imprescindible leer los rótulos para pertrecharnos de datos que nos
permitan acceder a la obra).
5.
Aquello que solemos llamar obras en verdad son ejercicios, trabajos o piezas,
en su mayoría epígonos de lo que se hace en los centros hegemónicos.
6.
«Remesas» es modélica en tanto ejemplifica lo que significa una exposición de
arte contemporáneo como las que se pueden ver en cualquier otra ciudad del
mundo. Sin embargo ello colisiona con la realidad de un país que carece de la
infraestructura que nos habilitaría para aproximarnos y, a lo mejor, entender
estas piezas del arte más reciente.
(En el Perú casi no existen los museos de arte
contemporáneo en los que el espectador o público “real” pueda introducirse en
la experiencia de confrontar cualquier tipo de obra. Es más, los curadores,
suelen adiestrarse en su oficio en torno a los museos. En nuestro caso el
curador se autogenera y de inmediato se alinea en la producción de exposiciones
como la que comentamos, haciendo creer que éstas son resultado de todo un
proceso en marcha. Por eso el Museo de Arte Contemporáneo –MAC– ha sido una
entidad dadaísta durante mucho tiempo sin que nos perturbe demasiado).
7. El
curador carga ahora con la responsabilidad de legitimar a los artistas jóvenes
que desean exponer su trabajo ante galeristas, críticos y otros curadores. Con
el tiempo, algunos de estos artistas que se rinden ante la imposibilidad de
ubicarse como tales, caen en la cuenta de que es mejor cruzar a la otra margen
y convertirse en curadores.
(La escritura
sobre arte se ha tornado en un sucedáneo de la visualidad artística. Ahora hay
que “leer para creer”).
8. Los
propósitos expuestos en el texto curatorial de «Remesas» se habrían apreciado
mejor si el curador hubiese convocado a artistas de mayor edad y activos
durante más tiempo en ciudades europeas o de cualquier otro continente.
(No pocos
artistas peruanos radican desde hace décadas en el extranjero subsistiendo y
elaborando su obra. Pero ojo: muchos de ellos sin la asistencia de un curador).
9. Una
obra que respalda su sentido necesariamente en la explicación del curador o en
la rotulación no es autónoma. Abundan los ejemplos de trabajos para los cuales
el rótulo o pie de objeto debería considerarse como un componente
imprescindible.
(En este
aspecto la obra central y la mejor lograda de la muestra que nos toca,
considerando que no necesitamos leer nada para entenderla, le pertenece a José
Luis Martinat: su instalación sonora va desplegando su sentido a medida que
escuchamos las sentencias en las voces automatizadas elegidas para emitirlas).
10. Que
nos guste o no el sistema artístico que «Remesas» y exposiciones con una
estructura y naturaleza similares sustentan no es lo importante. Lo urgente es
saber cómo aprovecharlas pues parecen haberse instalado para largo rato…
(La ironía
viene instalada desde el título: Son los obreros quienes envían remesas, no los
artistas).
Manuel Munive
1 comentario:
es tan cierto todo...al parecer la situacion es la misma que en Argentina...ja! ESTUDIAR ARTE ES COMO ESTUDIAR SANSCRITO y hay que ´leer para entender¨son frases de lo mas lucidas...
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