domingo, 30 de diciembre de 2007

El pensamiento racional

El chico que estaba iluminado por un poste de luz

A U T O S



Hay muchos autos allá afuera. Hay cientos tratando de meterse por entre calles con más carros y avenidas y avenidas. Hay una cantidad espantosa de autos a esta hora que lo único que me provoca es esperar a que se vayan para poder salir. Son tantos que no se pueden ni contar. Uno cree que ya los vio todos, pero de pronto salen más, distintos y en todas direcciones. Antes escribía el nombre de una chica al final de los cuadernos y jugaba con las letras dibujándolas y sacando figuras. Ahora me salió tu nombre, sin figuras, pero tu nombre, y eso significa algo ¿o no?
Desde acá puedo escucharlos todo el día y por la noche también, desde este cuarto con la puerta cerrada. Hace unos días, no sé cuantos, se me ocurrió cerrarla y ponerle pestillo. Creo que fue por la chapa nueva que le compré y que se ve tan bonita toda dorada. Solo cerré la puerta y si no fuera por mi familia todo estaría mucho más tranquilo. Algunas tardes empiezan con la cantaleta -por favor abre, come algo aquí te dejamos al pie de la puerta- y al rato cuando ven que no pasa nada -abre y sal de ahí, te has vuelto loco, si no sales mañana mismo la tiramos abajo- así hasta que se cansan. Yo les trato de explicar que acá estoy muy cómodo y no necesito nada, que no pienso pararme para abrir la puerta, que en mi cama está todo muy relajado; les digo también que todavía tengo muchas bolsas de galletas y algunos chocolates, pero parece que no entienden. No sé cuantas veces más será necesario explicarles.
Otra vez escribo tu nombre. Quizás es como la etapa en la que a uno se le da por firmar en cualquier superficie sobre la que se puede garabatear, en los árboles, en el cemento fresco, en la arena de la playa, en las lunas empolvadas de los autos.
Cuando comienzan a hablar otra vez yo le subo el volumen a la radio y les grito que me estoy comiendo un sublime. Esto le molestaba mucho a mi hermana que no soportaba que me robara su chocolate y me lo tragara encerrado en el baño. En verdad que hay muchos autos allá afuera, yo no sé cómo se animan todos a salir siempre a la misma hora, y lo peor con todos esos policías en las avenidas parando y molestando a todos los que se les da la gana y pidiendo plata y haciendo infeliz a tantas personas. Siete letras tiene tu nombre, no son muchas ni pocas, tampoco sé de dónde proviene, soy muy malo para saber esas cosas de las que habla la gente en las reuniones sobre países y comidas y las diferencias que hay entre las ciudades y yo qué sé. Ahora estoy en mi cuarto, en mi cama y no conozco Nueva York, tampoco Buenos Aires. No sé si los colombianos son amables o si los mexicanos se parecen a los peruanos. Solo sé de mis juegos acá dentro, de todos los recuerdos que tengo del mundo, de las siete letras que repito y repito, de la única certeza que he tenido durante toda mi vida y que es la que pienso llevar hasta sus últimas consecuencias.
¿Recuerdas cuando estuvimos mirando las estrellas tirados en la arena?, me dijiste que la órbita elíptica de un cometa podía tomar una cantidad enorme de años para ser recorrida, miles talvez, nunca más lo veríamos de nuevo. No hubiese imaginado estar pensando ahora esas mismas palabras pero en otro contexto. Un cometa puede traer mucha alegría y ser motivo de fiesta, si es que no pasa muy cerca, de lo contrario solo ocasionaría catástrofes. Pongo una cinta de Roger Watters que nadie escucha porque no está de moda y pienso que en verdad yo nunca he estado mucho a la moda. Por esta razón y otras más decidí cerrar esa puerta, con mucha comida empaquetada y varios chocolates. Como la excursión iba a ser en mi mismo cuarto no tuve que hacer mi mochila ni preocuparme por todo lo que debía llevar, todo lo imprescindible ya estaba adentro y me di cuenta que era una buena idea esto de salir sin salir.
He decidido que por un tiempo no pase el tiempo, unos dos meses más o menos, aunque no lo podré calcular porque no llevaré la cuenta de los días, y aunque tapé bien la única ventana que tengo con el exterior, el ruido de los autos de allá afuera me dan alguna idea de la situación de la que no quiero tener conciencia o por lo menos no ser totalmente conciente. Malditos autos. Jamás me compraré uno. Jamás tendré la responsabilidad de cargar los papeles y estar en regla, jamás la preocupación de dónde cuadrarlo y si lo robarán o no. No crean que esto lo escribo para que alguien se compadezca o me tenga lástima. Yo escogí todo esto y uno va decidiendo y tomando lo que le va tocando, lo va aceptando o no. Además es la única forma por la que puedo llegar a probar mis teorías, llevar todo esto hasta sus últimas consecuencias. Aunque suene demasiado romántico o huachafo esto significa para algunas personas, a no traicionarse nunca aunque sean pocas las convicciones que tengan en la cabeza, talvez a no traicionar los impulsos de cada día, el agua en la que estás sumergido, la pecera pequeña de espacio personal que llevas contigo a donde vayas, esa materia que intentamos mostrar en palabras o gestos o en algún rostro dibujado con líneas de plumón negro.
Ser capaz de morir por algo es estar tan seguro de poder llegar al final, no quedarte a medio camino, no quedarte al empezar, cargar esa mochila con todo lo que has colocado encima y poder mantener bien el equilibrio sin arrepentimientos y sin renegar; y luego el final como un buen lugar en donde puedes voltear a mirar un momento toda la línea enredada que han dibujado tus pies por la arena de esta rara playa, de este extraño juego de video.
Es mejor dejarse invadir un buen rato por la música, subirle el volumen lo más que te lo permitan los vecinos y con esa sensación de lo inacabable, de continuidad, de algo que gira tomando más viada y sacando eso que uno siempre lo sabe y nunca se lo espera, una vida dentro de otra, un pez dentro de otro pez, vida por los parlantes hacia la vida fuera de los parlantes. El bajo en el corazón, los colores en las palabras. Voy a hacer algo como una casa dentro de esta misma casa, ese es mi trabajo de los próximos meses, no una casa como una casa, sino una como la de los caracoles o las tortugas.

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